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sábado, 31 de marzo de 2018

EN ESTO PENSAD -- abril 2018

LOS ERRORES COMUNES DE LAS SECTAS
 
William MacDonald

 “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo” (1 Juan 4:1).

Vivimos en una época cuando las sectas se multiplican con asombrosa rapidez. En realidad no hay nuevas sectas; son solamente variaciones de grupos heréticos que surgieron en los días del Nuevo Testamento. Es su variedad la que es nueva, no sus dogmas básicos.
        Cuando Juan dice que debemos probar los espíritus, quiere darnos a entender que debemos probar a todos los maestros por medio de la Palabra de Dios, para que podamos detectar a aquellos que son falsos. Hay tres áreas fundamentales donde las sectas quedan al descubierto como falsificaciones. Ninguna secta puede pasar estas tres pruebas.
        La mayoría de las sectas son fatalmente defectuosas en su enseñanza referente a la Biblia. No la aceptan como la inerrante Palabra de Dios, la revelación final de Dios al hombre. Igualan su autoridad con los escritos de sus propios líderes. Reclaman tener nuevas revelaciones del Señor y se jactan de esta “verdad nueva”.  Publican su propia traducción de las Escrituras que tuerce y pervierte la verdad. Aceptan la voz de la tradición a la par con la Biblia. Manejan la Palabra de Dios fraudulentamente.
        La mayoría de las sectas son heréticas en sus enseñanzas acerca de nuestro Señor. Niegan que es Dios, la Segunda Persona de la Santa Trinidad. Admiten que es el Hijo de Dios, pero con esto dan a entender algo menos que igualdad con Dios el Padre. A menudo niegan que Jesús es el Cristo, enseñando que el Cristo es una influencia divina que vino sobre el hombre Jesús. Con frecuencia niegan la verdadera humanidad impecable del Salvador.
        Una tercera área en la que las sectas se condenan es en lo que enseñan tocante al camino de salvación. Niegan que la salvación es por gracia por medio de la fe en el Señor Jesucristo solamente. Cada una de ellas enseña otro evangelio, es decir, salvación por las buenas obras o buena conducta.
        Cuando los propagadores de estas sectas llegan a nuestra puerta, ¿cuál debe ser nuestra respuesta? Juan no nos deja en duda: “no lo recibáis en casa, ni le saludéis. Porque el que le saluda, participa en sus malas obras” (2 Juan 10-11 traducido de la Biblia parafraseada por Phillips).
de su libro: DE DÍA EN DÍA, Editorial CLIE
 
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HONRAD AL HIJO

He aquí cuatro razones por las que el Padre manda que todos honren al Hijo:                  
1. El Padre ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo (Jn. 5:26). El Padre señala en Su Hijo la más grande prueba de Su deidad: existe por sí mismo. No sólo el Padre existe así, sino también el Hijo. Esto significa que el Hijo no depende de otro para Su existencia. Es eterno como el Padre. No hay ángel ni otro ser creado que sea así Juan 1:4 afirma: “En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”. Cristo declaró: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida” (Jn. 14:6).
2. Todo lo que el Padre hace lo hace el Hijo igualmente (Jn. 5:19b). Nadie más en cielo o tierra puede decir esto. Así como el Padre creó el mundo y gobierna el universo, y sustenta todas las cosas con Su poder, así también hace el Hijo. Este varón, Jesús de Nazaret, que fue menospreciado en las calles de Israel, es Dios hecho hombre, y aunque encarnado así, todavía andaba en perfecta comunión con el Padre. En Juan 10:30 dijo: “Yo y el Padre uno somos”.
3. El Hijo tiene autoridad de dar vida a los muertos que Él quiere (Jn. 5:21). Al resucitar a Lázaro, no pidió permiso para hacerlo, porque tenía autoridad para dar vida a los muertos. Sin embargo, oró al Padre porque hacía todo en comunión perfecta con Él.  Así fue en todos los casos cuando Él resucitó a muertos, y los incontables muertos que resucitarán en el futuro. Llegará un momento en que la voz del Hijo de Dios se oirá (no la del Padre ni del Espíritu), y Su potencia alcanzará a todos los que están en los sepulcros. Los muertos oirán la poderosa voz del Hijo de Dios, y saldrán.
4. El Hijo tiene autoridad para juzgar (Jn. 5:22, 27). Todo el juicio que se realizará en el futuro, sobre toda la humanidad – creyentes e incrédulos, grandes y pequeños, reyes y vasallos – será por el Señor Jesucristo, el Hijo eterno de Dios. El Salmo 50:6 declara que “Dios es el juez”, y el Señor Jesucristo es el Juez porque es Dios .
    Postrémonos delante de Él reconociendo que es igual a Dios, uno con el Padre, la resurrección y la vida, y Creador y Juez eterno. En el Señor Jesucristo Dios ha puesto Su poder, divinidad, justicia, gloria, y excelencia. ¡Es digno de nuestra adoración y honra! 

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La Doctrina y La Unidad

“Solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos” (Ef. 4:3-6).

Se oye decir entre los neo-hermanos y otros neo-evangélicos que hay doctrinas secundarias en las que podemos ceder para que haya mayor unidad entre creyentes. Esto es un error. Primero, nota en el texto citado que ya existe la unidad, y que es la del Espíritu (v. 3); no es nada hecha por los hombres. No hay unidad entre carnales y espirituales, entre mundanos y santos, entre falsos maestros y los que no enseñan otra doctrina. No hay unidad entre los que han nacido de nuevo y los que son cristianos nominales.  Hay un solo cuerpo, pero es el de Cristo, y cierto es que no hay nada falso allí.
    Observa también que la unidad del Espíritu es de la “una fe” (v. 5). Esto se refiere a la fe una vez dada a los santos (Jud. 3), por medio del Señor, los apóstoles y profetas, y que está escrita en el Nuevo Testamento.  Hermanos, esa fe no se divide en categorías de doctrinas principales y secundarias o no esenciales. Todo es esencial para el creyente y discípulo. En Mateo 23:23 el Señor enseñó que aunque no todo lo que hay en la Escritura es de igual importancia, todo sí tiene importancia. Nada que la Escritura enseña debe ser despreciado o marginado para conseguir una unidad. Está claro que para ser salvo, es necesario el evangelio. Pero para el creyente – el discípulo – es necesario guardar todo (Mt. 28:20), y contender ardientemente por la fe. Sigamos el sano consejo de Proverbios 23:23, “compra la verdad, y no la vendas”. Toda la Palabra de Dios es verdad (Sal. 119:160; Jn. 17:17). La unidad del Espíritu no puede ser guardada a expensas de la sana doctrina que Él inspiró.
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Isaías: La Biblia Chica
 
Hay 66 capítulos en el libro de Isaías, como también hay 66 libros en la Biblia. ¿Coincidencia?  Tal vez, pero considera que Isaías se divide en dos partes distintas, tan distintas que algunos incrédulos han tropezado por las diferencias entre esas dos partes, y dicen que el libro de Isaías son dos libros escritos por dos hombres distintos (a pesar de que hay mucha evidencia interna que señala a Isaías como el único escritor). ¿Te sorprenderá saber que la primera sección tiene 39 capítulos y la segunda tiene 27? Esto corresponde exactamente al número de los libros en el Antiguo Testamento y en el Nuevo.
    Al final de la primera sección de Isaías, la que corresponde al Antiguo Testamento, hay cuatro capítulos (36-39) que son repetidos casi palabra por palabra en algunos casos, en 2 Reyes 18-20 y 2 Crónicas 32. Quizá el historiador que compuso Reyes y Crónicas bajo la inspiración del Espíritu de Dios empleaba el libro de Isaías como uno de sus fuentes de información. En todo caso, los dos primeros capítulos (36-37) son un cumplimiento de la profecía acerca del colapso del reino de Asiria, el cual fue profetizado con frecuencia en la primera sección del libro. Los dos últimos capítulos (38-39) anuncian y señalan el cautiverio en Babilonia, que es tan destacado en la segunda parte del libro.
    El capítulo 40 da comienzo a la segunda sección de Isaías, la que corresponde al Nuevo Testamento, y lo hace con una palabra de consolación y una profecía acerca del precursor del Mesías. Estos detalles tienen su cumplimiento en el principio o muy cerca del principio de cada uno de los cuatro Evangelios en el Nuevo Testamento. Los últimos 27 capítulos de Isaías se dividen muy bien en tres secciones de nueve capítulos (40-48, 49-57, 58-66). Estas tres secciones están separadas por el solemne anuncio de parte de Dios que "no hay paz para los malos" (48:22; 57:21). Entre los nombres que Isaías usa para designar al Mesías, "el Siervo" es uno de los más destacados. Isaías escribe acerca de Él en cuatro "cánticos del Siervo" muy hermosos. Los tres primeros se encuentran en los capítulos 42, 49 y 50 respectivamente. El cuarto, que es a la vez el más largo y el más precioso de ellos, es del 52:13 al 53:12, es decir, en el mismo centro de esta segunda sección de Isaías. El versículo 5 del capítulo 53 es el octavo versículo del cántico, el versículo central del cántico y de la segunda sección de Isaías, la que corresponde al Nuevo Testamento. ¿Y qué dice?

de una carta de Norman Roberts, de Ardsley, Pennsylvania, EE.UU., diciembre de 1988.
 
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La puntualidad es importante. Es parte de la reverencia, y el amor a los hermanos. Llegar tarde es perder parte de la reunión, y causar un estorbo. 
Por ejemplo, si la reunión comienza a las 11:00, llegar a las 11:00 es llegar tarde. Es aconsejable salir de casa con tiempo para llegar al local como 10  minutos antes, para dar tiempo a saludar y tomar tu asiento con tranquilidad. Gracias.
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¡Mira!


Dios exclama: “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más” (Isaías 45:22). Es un llamado divino, una exhortación, una invitación: “Mirad a mí y sed salvos”. La gente mira muchas cosas, la tele, el internet, el teléfono, las revistas, otras personas, pero no a Dios. Somos llamados a mirar a una Persona, no una religión, ni la imagen de un santo, sino a Dios mismo. Para ser salvos hay que mirarle a Él, no a los religiosos, filosóficos, científicos ni otros. Él no es un concepto, ni una fuerza, sino una Persona. Dios se reveló, encarnado, en la Persona de Jesucristo.
    Como en Números 21:8-9, las personas mordidas por las serpientes ardientes sólo tenían que mirar con fe a la serpiente de bronce que Moisés alzó, y vivirían. En Juan 3:14 Cristo indicó que Él sería levantado (crucificado) para que todos creyesen en Él. Amigo, has sido mordido por la serpiente antigua, el diablo, y el veneno mortal del pecado está en ti. Te mueres, tu vida se te va, el fin se acerca. ¿Qué harás? Dios dice: “Mirad a mí, y sed salvos”.
    Pero, ¿cómo podemos mirar a Dios si Él es Espíritu? Con fe, creyendo Su mensaje de salvación: el evangelio del Señor Jesucristo, el único que puede salvarte.
    La mirada de fe al que ha muerto en la cruz, 
infalible la vida nos da:
    Mira, pues, pecaador, mira pronto a Jesús, 
y tu alma la vida hallará.
    ¡Ve! ¡ve! ¡ve a Él!  
Que si miras con fe al que ha muerto en la cruz,
    Al momento la vida tendrás.

    ¿A quiénes se les extiende esta invitación? Observa cuidadosamente, porque no es a los religiosos, a cierto número de escogidos o predestinados. No se limita a ningún grupo étnico ni hay otras limitaciones. “Todos los términos de la tierra”, dice Dios. El evangelio no es para cierta cultura, sino para todo el mundo, porque todos tienen el mismo problema: el pecado. “Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). Y Dios ama al mundo (Jn. 3:16) y “quiere que todos los hombres sean salvos” (1 Timoteo 2:4). No quiere que ninguno perezca (2 Pedro 3:9).
    Entonces, si te pierdes, amigo, Dios no tendrá la culpa. Él envió a Su Hijo Jesucristo a morir como tu Sustituto en el Calvario, donde Él llevó tus pecados en Su cuerpo sobre el madero y pagó la pena de muerte por ti. Y Dios ha proclamado esta buena nueva – tú lo sabes. Dios te ha invitado a ti y a todos a mirar y ser salvos. Si te pierdes, sólo tú tendrás la culpa. Si te salvas, no será por nada que hayas hecho, pues Dios te invita a mirar con fe a Aquel que te puede salvar. Sólo Jesucristo.
    “Porque yo soy Dios, y no hay más”. El único camino de salvación es Jesucristo. No hay más. “Nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14:6).
 
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¡ A L E L U Y A ! ... ¿ ?
 

Según el Nuevo Testamento, ¿cuántas veces resuena el ALELUYA sobre la Tierra?  Esta pregunta la hizo un predicador amigo a un hermano que con impertinencia interrumpía sus prédicas voceando de voz en cuello “¡A l e e e l u u u y a!” en los momentos más inoportunos durante el sermón.
    “¿Qué cuántas veces resuena el aleluya en la tierra?”  “Pues... muchas, muchas veces”, respondió el hermanito. “Pues vea”, le dijo el predicador, “Aleluya no resuena en al tierra ni una sola vez en el Nuevo Testamento. Resuena sólo en el cielo y esto únicamente en un solo capítulo del último libro de la Biblia”.
    No obstante este limitado uso, aquí en la tierra escuchamos el Aleluyeo en cantidades astronómicas. Algunos lo usan superficialmente como si se tratara de un estribillo o de un refrán. Otros para hacer demostraciones de espiritualidad. Predicadores hay que cuando se les acaba la gasolina apelan al Aleluya como relleno para tomar impulso; como una pausa de punto y coma en lo que se les va ocurriendo más palabrerío para proseguir. Hay quienes lanzan aleluyas repetidamente, fuertemente, atronadoramente, como si fueran saetas incendiarias. Las envían para incitar emotivamente a los oyentes. En turno, éstos se las devuelven con estrepitosas andanadas como si se tratase de un ametrallamiento entre dos bandos. La gritería sube tanto de volumen y de color que es capaz de intimidar al más bravucón y  ensordecer a cualquiera.
    El modelo de predicadores, Jesucristo, pronunció su sin igual Sermón del Monte de los capítulos 5, 6 y 7 de Mateo sin usar el recurso de los Aleluyas ni una sola vez. Los Aleluyas estuvieron ausentes de Su brillante Sermón del Monte Olivar del capítulo 24. Lo mismo hizo su fogoso discípulo Pedro cuando le tocó predicar el histórico sermón del día de Pentecostés y su productivo mensaje en la casa del centurión Cornelio. Notamos la ausencia de los Aleluyas en el sermón de San Pablo a los filósofos sobre el Areópago ateniense y en sus discursos de defensa frente a los gobernadores Félix y Porcio Festo y ante los reyes Agripa y Berenice. Los predicadores contemporáneos más destacados, sustanciosos y fructíferos, tampoco incluyen los Aleluyas en sus mensajes.
    Con amargo espíritu de juicio hay quienes se permiten clasificar de “fríos” los cultos donde el Aleluya brilla por su ausencia. Para ellos la temperatura de un culto se mide A l e l u y a m e n t e. Aún los creyentes individualmente son enjuiciados de “fríos” o absueltos como “calientes” dependiendo del número y del volumen con que truenen sus "Aleluyas" en el culto. Esta desafortunada consigna arroja resultados negativos. Promueve entre los nuevos convertidos un aceleramiento desproporcionado por aprender rápido lo que ellos perciben ser las leyes del juego y el carnet de pase a la aceptación. ¿Resultado? que muy pronto se les ve en el pleno descargue de Aleluyas al por mayor y detalle.
    Este estado de cosas es por demás triste, deprimente e innecesario. Se hace intolerable al que llega a discernir que se puede llegar a este y a cualquier otro aspaviento sin tener raíz, ni profundidad en la vida espiritual. Cualquiera puede hacer esto. No es tan difícil condicionar la emoción, ni descargarla por el tubo de la rutina.
    Resulta contraproducente cuando en medio de un sermón en el que el predicador dice “si no te arrepientes irás al infierno”, la gritería responda: “¡Amén! ¡Aleluya!” como si dijera: “¡Qué bueno que ese va para el infierno!  ¡Así sea alabado Dios por ello!” A veces el orador narra con destreza e intensidad emocional una volcadura de automóvil en la que pierden la vida sus ocupantes. Ilustraciones de esta naturaleza suponen evocar en el auditorio un profundo sentimiento de pena, de identificación con la desdicha de los accidentados, pero...¿cómo se responde? “¡Aleluya, gloria a Dios!”
    Quede claro que no estamos inculpando a los que A l e l u y a n como quienes hacen estas inapropiadas intervenciones con intenciones de producir efectos negativos. Eso nunca. Todo lo que este asunto demuestra es que se puede ser víctima de psicosis, y que ésta puede estar barrenada tan hondamente, que ésta apriete el gatillo inconscientemente. Una vez sale este disparo, ya no se le puede hacer regresar. Pero es el caso que el uso inoportuno, inapropiado, indiscriminado de esta significativa palabra de alabanza, además de ser absurdo, deja impresiones muy desfavorables en el ánimo de las gentes. El sabio Salomón en Proverbios capítulo 25, versículo 11 exhorta: “Manzana de oro con figuras de plata es la palabra dicha como conviene”. Las palabras dichas con sazón en el tiempo adecuado son como la combinación de estos dos metales preciosos cuando se confecciona un ornamento. Son palabras sobre ruedas que se mueven, ensanchan su benéfica influencia, y no mueren. El proverbista subraya en su libro de que bajo el sol hay tiempo oportuno para todo. Esta filosofía debía servir como una saludable lección. San Pablo por su parte anima a los cristianos colosenses a “andar sabiamente para con los de afuera” y para ello les recomienda: “Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal” [4:5-6].

¿QUÉ SIGNIFICA ALELUYA?

    Aleluya es un vocablo Hebreo compuesto del verbo Alelu que significa load y el nombre Ya que es una abreviación de Yavéh, Yaué, Yajué o Jehová. El nombre de la Deidad que invoca la palabra Aleluya, hace de ella una palabra de un significado profundo, muy profundo. Tan profundo como la inmensidad del Ser que forma parte de su estructura. Aleluya es tan sublime como el Dios a quien supone va dirigida su alabanza. El nombre de Yavéh que incluye la invocación de este vocablo debe hacernos pensar dos veces antes de ametrallar a mansalva a un auditorio con esta sagrada palabra. Aleluyar sin ninguna consideración, sin ninguna ciencia o discriminación, sólo para darnos a conocer como cristianos o quizás sólo para ser vistos  u oídos, o para producir ruido, o para impresionar a otros de nuestra espiritualidad, para aparentar que “estamos en la cosa” o para “calentar” un culto, nos pone en el riesgo de usar el nombre de Yavéh en vano. Aleluya, repito, significa alabad a Yavéh o Jehová. Yavéh es Dios, alto, sublimado, y su carácter es reverendo o reverenciable.
    Los judíos tenían un concepto tan elevado y un escrúpulo tan profundo en cuanto al uso del Nombre del Inefable, que eran en demasía puntillares observando la prohibición del tercer mandamiento de la ley de Dios. Este mandamiento dice: “No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque no dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano” [Éxodo 20:7]. Poseídos de un profundo sentimiento de reverencia al Nombre de Yavéh, los judíos se abstenían de pronunciar este nombre y preferían substituirlo con otras designaciones como Adonai o Elohim. Al transcribir las Sagradas Escrituras cuando estas contenían el nombre Jehová/Yavéh, los escribas pausaban y se lavaban mucho las manos antes de transcribir el nombre de la Deidad.
    La única porción del Nuevo Testamento que contiene la palabra Aleluya en el capítulo 19 de Apocalipsis. En sus primeros seis versículos encontramos una gran multitud en el cielo que la trae a colación cuatro veces. La primera vez se encuentra en el versículo uno y dice: “Después de esto oí una gran voz de gran multitud en el cielo, que decía: ¡Aleluya!  Salvación y honor y gloria y poder son del Señor Dios nuestro”. Como bien señala el predicador canadiense, Boyd Nicholson, éste es el Aleluya de redención o de salvación si se quiere. Lo entonan con regocijo los redimidos por la sangre del Cordero que ahora moran en la casa celestial.
    La segunda vez se halla en el versículo tres donde se lee: “Otra vez dijeron: ¡Aleluya! Y el humo de ella sube por los siglos de los siglos”. Este es el Aleluya de retribución o de juicio sobre la gran ramera que ha corrompido a la tierra con su fornicación, vengando la sangre de sus siervos de la mano de ella.
    La tercera mención de la palabra se hace en el versículo 4 y éste dice: “Y los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes se postraron en tierra y adoraron a Dios, que estaba sentado en el trono, y decían: ¡Amén! ¡Aleluya!”  Este es el Aleluya de adoración que entonan los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes que se postran ante el trono de Jehová - Yavéh – para adorarlo.
    La cuarta y última mención de Aleluya la hace el versículo 6 en estos términos: “Y oí como la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas, y como la voz de grandes truenos, que decía: ¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina!”  Este es el Aleluya de subordinación a la majestad, al señorío, al reinado del Señor Dios Todopoderoso.
    Aleluya, amigo nuestro, es una palabra para el uso exclusivo de los redimidos, de los que conocen al Señor, le aman, y le reverencian. Si usted lee este tratado ahora y todavía no ha sido redimido de sus pecados por la sangre preciosísima de Jesucristo, quiero invitarle a arrodillarse en cuerpo, y a inclinarse en espíritu ante la majestad de Dios, y allí, arrepentido de sus pecados, confíe en Él para que lo perdone y reciba en Su familia. La Biblia nos asegura que a los que reciben al Hijo de Dios como Salvador, Él los hace hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Acepte a Jesucristo hoy y aprenda en la sinceridad y en la profundidad de su corazón a decirle: ¡ALELU- YA!
Mariano González V.
 
 
Nota: Se les recuerda a las hermanas que es indecoroso que una mujer hable en la congregación (1 Co. 14:34-35). Debe guardar silencio (1 Ti. 2:11-12). No es machismo ni mandamiento de hombres, sino de Dios. Esto incluye preguntas, comentarios, motivos de oración, orar en voz alta o baja, pedir himnos, y decir "amén" ella sola -- no se debe oir la voz de una mujer en la congregación. Puede cantar con los demás, pero no ella sola. Las razones que la Biblia da no son culturales. Son mandamientos del Señor.
- Carlos
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El Cristiano Y La Política
Capítulo 7
 
Escrituras, Por Favor

A lo largo de este libro presentamos muchas Escrituras que enseñan al creyente cuál debe ser su actitud y comportamiento. No es cuestión de saber discutir, debatir o enredar y vencer a otros con lógica. Algo puede ser lógico pero erroneo y malo. William MacDonald dijo que en las cosas de Dios y la vida de fe, a veces la lógica es veneno. Así que insistimos que los activistas cristianos se abstengan de usar lógica y la sabiduría del mundo, y en lugar de eso, defiendan su posición con las Escrituras, si pueden. Esto les presenta un problema. ¿Qué versículos hallan que claramente enseñan que el creyente tiene obligación o siquiera libertad para participar en la política? ¡Cuidado!
    No podemos aceptar su uso de versos acerca de José, Moisés, Daniel, Ester, Nehemías o los reyes buenos de Israel. Todos esos eran judíos en el tiempo del Antiguo Testamento, no parte de la iglesia. Dios prometió a los judíos una tierra, un rey, un reino, riquezas y bendiciones materiales en la tierra.
    En 1 Corintios 10:32 tenemos las tres divisiones de la humanidad: judíos, gentiles y la iglesia de Dios. Son grupos muy distintos y no deben confundirse ni mezclarse, aunque eso pasa a menudo. Los cristianos pertenecemos a la iglesia, al cuerpo de Cristo. La iglesia está compuesta de judíos y gentiles salvos por la fe en la edad de la gracia. Así que el judío creyente hoy en día es parte de la iglesia. Dios no promete a la iglesia una tierra, un rey, un reino ni riquezas y bienes materiales. La orientación y esperanza del cristiano son celestiales, no terrenales (véase Col. 3:1-4). Hoy el creyente, aunque sea judío, no tiene mandato ni permiso a involucrarse en los reinos de este mundo. Las palabras del Señor Jesucristo a Pilato están llenos de sentido para nosotros Sus discípulos: “Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí” (Jn. 18:36).
    Así que, puesto que estamos examinando el asunto de “cristianos involucrados en la política”, sus proponentes tendrán que darnos algunos textos del Nuevo Testamento. Deben citar clara enseñanza del Señor y Sus apóstoles, más allá de toda duda, que indique que los cristianos deben involucrarse en la política o buscar ser parte de los gobiernos. Queremos ser como los de Berea que escudriñaban cada día las Escrituras para ver si las cosas que oían eran así (Hch. 17:11). ¿El Señor enseñó la política en los evangelios? ¿La iglesia entró en la política en los Hechos? ¿Los apóstoles enseñaron el valor de la politica en las epístolas? La respuesta a estas tres preguntas es: “no”. El Nuevo Testamento no enseña que los creyentes deben entrar en la política y los gobiernos para hacer bien. Tal vez por eso se molestan tanto algunos políticos religiosos cuando decimos: “capítulo y versículo por favor”. ¡Saben que no tienen nada!
    Apocalipsis, el último libro en el Nuevo Testamento, menciona la política, el sistema y partido político único en el gobierno de Satanás, la bestia y el falso profeta en capítulo 13. Ellos formarán un gobierno mundial que será extremadamente popular. “Y se maravilló toda la tierra en pos de la bestia, y adoraron al dragón que había dado autoridad a la bestia, y adoraron a la bestia, diciendo: ¿Quién como la bestia, y quién podrá luchar contra ella?” (Ap. 13:3-4).
    ¡Pero Dios tiene la respuesta, y la da en el capítulo 19! El Señor de señores y Rey de reyes, el Verbo de Dios, no vendrá para una campaña electoral sino militar, y quitará la corrupta y rebelde política de este mundo. “El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos” (Ap. 11:15).
    William MacDonald explica el significado de Juan 18:36 para los que somos seguidores de Cristo:

    “Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían...” (Juan 18:36).
    El hecho de que el Reino de Cristo no es de este mundo debe bastarme para mantenerme alejado de la política del mundo. Si participo en la política, doy un voto de confianza a favor de la capacidad del sistema para resolver los problemas que aquejan al mundo. Pero francamente no abrigo esta confianza, porque sé que “el mundo entero está bajo el maligno” (1 Jn. 5:19).
    La política ha dado muestras de ser singularmente ineficaz al tratar de resolver los problemas de la sociedad. Los remedios de los políticos son como una tirita sobre una llaga supurante; no llegan a la fuente de la infección. Sabemos que el pecado es el problema básico de nuestra sociedad enferma. Cualquier cosa que no trate con el pecado no puede ser tomada en serio como remedio.
    Se trata de un asunto de prioridades. ¿Debo emplear mi tiempo participando en la política o dedicarlo a extender el evangelio? El Señor Jesús contesta la pregunta con estas palabras: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; y tú ve y anuncia el reino de Dios” (Lc. 9:60). Nuestra prioridad máxima debe ser dar a conocer a Cristo porque Él es la respuesta a los problemas de este mundo.
    “Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas” (2 Co. 10:4). Si esto es así, nos encontramos ante la tremenda realidad de que es posible darle forma a la historia nacional e internacional con la oración, el ayuno y la Palabra de Dios mucho más de lo que podríamos por medio de la votación.
    Una figura pública dijo una vez que la política es corrupta por  naturaleza   y añadió esta palabra de advertencia: “La iglesia no debe olvidar su verdadera función tratando de figurar en un área de los asuntos humanos donde todo lo que conseguiría es ser un pobre competidor... si participa, perderá la pureza de su propósito”.
    El programa de Dios para esta Era es llamar de entre las naciones a un pueblo para Su Nombre (ver Hch. 15:14). El Señor está resuelto a salvar a muchos de este mundo corrupto, en vez de hacerles sentirse a sus anchas en él. Debemos comprometernos a trabajar con Dios en esta gloriosa emancipación.
    Cuando la gente le preguntaba a Jesús qué debía hacer para poner en práctica las obras de Dios, la respuesta fue que la obra de Dios es que creyeran en Aquél que Él ha enviado (ver Jn. 6:28-29). Ésta, pues, debe ser nuestra misión: llevar a los hombres a la fe, no a las urnas.
De Día En Día (CLIE) lectura para el 18 de enero
 
del libro El Cristiano Y La Política, por Carlos Tomás Knott
para obtener un ejemplar en español o inglés:


 
 
 
 

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